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¿Cuentos? (propio)

Cuando fui con Ana a su escuela de escritura nos dijeron que participáramos en un concurso de microcuentos, el mío no es estrictamente eso, pero allá va:
 
En el zaguán no había nadie. Estaba oscuro y olía a humedad. De repente sonó algo en una de las ventanas. Era una piedra que había rebotado contra el cristal y se había quedado en el alféizar. Así era como Zoe llamaba a su amigo " el Bochinche", pero esta vez él no se asomó. Volvió a intentarlo, mas fue en balde. Aarón no estaba. Pero ella no se rindió y tiró una piedra más. Eso de que a la tercera va la vencida no le funcionó, así que decidió entrar por la pequeña puerta que había al lado entreabierta. La atravesó y se quedo quieta, no veía mucho, solo lo que quedaba bañado por la claridad de la puerta abierta.
-¡Bochinche, Aarón, ¿estás ahí?- gritó con todas sus fuerzas.
El eco de su voz fue el que respondió. Pensó en encender la luz, pero se dio cuenta de que nunca antes había entrado allí y no sabía donde encontrar el interruptor.
Una sensación de miedo invadió su pequeño cuerpo, asustada dio media vuelta y pretendió echar a correr, pero antes de poder lograrlo, alguien le agarró por el hombro. Antes de ser capaz de gritar, un susurro en su oído la sosegó:
-Zoe, soy yo, Bochinche, tranquila es que se ha ido la luz y fui a buscar leña para hacer fuego.-
 
 
Después escribimos otro para ver qué tal describíamos lo que queríamos contar.
 
ESTO NO ES UNA BIBLIOTECA
La calle está bastante concurrida. Caminantes de distintas nacionalidades se abren pao entre los que vienen de frente. La Gran Vía de Madrid a las 12 del mediodía es así. Cualquier día de la semana está rebosando de gente que va y viene. Yo voy camino de Cibeles hablando del pasado fin de semana con mi amiga María. Comentamos el calor que hace y decidimos parar en algún quiosco a comprar un helado. El suyo es de fresa , siempre es del mismo sabor. Le encanta. Para mí de stracciatella, al menos hoy, otro día pediré el de limón.
Se van derritiendo rápido, mientras tratamos de impedir que se nos manchen los dedos que los sostienen, lamemos el borde del cucurucho.
María sigue hablando. Yo me estoy fijando en un hombre alto y moreno, africano posiblemente. Ha tomado entre sus manos una revista, la hojea. Va vestido con un chándalun tanto sucio y lleva el pelo largo y desordenado. Tras dejar la revista, coge otra y la abre, pero antes de mirarla, la voz de dentro del quiosco de periódicos le grita:
-¡Si no vas a comprar ninguna, vete, que esto no es una biblioteca!-
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¿Por qué? (texto propio)

Salymar gasta varias horas del día en el baño. Unas 2 ó 3. Su hijo lo sabe desde siempre. Todas las personas pasan al día varias horas en el servicio. O bien para asearse o bien para necesidades de otro orden. Pero ahora, con 15 años, se pregunta si es normal que su madre tarde tanto todos los días en el baño. Así que uno de esos días, Salino se lo preguntó. Ella, sin prisa, le propuso ir esa noche a la playa para mostrarle algo que debía conocer ya.
Esa noche, Salymar y Salino, madre e hijo, bajaron a la playa.
Ella llega a la orilla y empieza a adentrarse en el mar, él la mira y espera, pensando que se detendrá cuando el agua le llegue a las rodillas, justo donde empieza su falda, pero su progenitora continúa adentrándose en la mar. Cuando el agua le llega a la cintura, se vuelve e invita a su hijo a que la siga. Salino titubea, el agua está fría y además es de noche, le da cierto reparo, pero ante la insistencia de ella, comienza a andar mar adentro. Llega a la altura de Salymar y, ésta, sin mediar palabra, da un salto y entra de cabeza en el agua. No solo eso llama la atención a Salino, el brillo de la cola de su madre moviéndose arriba y abajo le atrae poderosamente. De pronto nota que sus piernas no pesan, que ya no siente frío ni miedo en el agua. Su madre, más allá, al lado del reflejo de la luna, le llama y le aconseja que empiece a coletear o si no se caerá…
-Pues sí, Salino, tú eres un semisireno porque tu padre es humano y se casó conmigo, que soy sirena. No te lo hemos dicho hasta ahora porque no sabíamos si lo entenderías. Papá está en casa, esperando a que vuelvas conociendo la otra parte de tu vida. Él quería que, igual que te ha enseñado el mundo de los humanos, yo te enseñara el mío.
-Pero, mamá…-se queja, aunque Salymar prosigue.
-Por eso, Salino, yo necesito estar en el agua una vez al día para no perder mi condición. Tú no lo has necesitado porque eres semisireno y con el tiempo que pasas en contacto con el agua cuando te duchas, te es suficiente, pero yo necesito más y en invierno no está bien visto que la gente se bañe en la playa. A partir de ahora, cuando quieras, conmigo al principio y, después como desees, vendremos a que conozcas la otra sociedad que se guarece bajo el brillo de la luna o el sol, bajo este mar tan inmenso que esta noche empezarás a aprender a conocer, como conoces ya las calles de esta ciudad.
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El sauce llorón (propio)

Hay quien dice que ha visto sonreir al sauce llorón del parque.
Dicen que si te paras a su lado y lo observas detenidamente, puedes ver su sonrisa.
Este sauce, incluso solo en medio del parque, no llora porque esté triste, llora de alegría, ya que, de vez en cuando, hay alguien que se para a su vera y lo acompaña. Él, en seña de agradecimiento, aunque siga llorando, sonríe para quien se ha detenido y lo está mirando.
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ViErNeS (propio)

Desde entonces, cada viernes le sonrío a un desconocido o desconocida. Sus reacciones son variadas, algunas comunes, pero todo depende del momento en que le sonría, del lugar e, incluso, de la edad que tenga la persona en cuestión o de la ropa que yo lleve puesta ese día.
Todo empezó hace unos veintidós viernes. Yo iba deprisa, como siempre, porque llegaba tarde y me subí estrepitosamente en el autobús. Había mucho tráfico para llegar a la capital y yo me estaba poniendo cada vez más nerviosa. Normalmente llevo en todo el recorrido los cascos con la música puestos, pero se me había acabado la pila, así que me los quité a mitad de trayecto y, casi sin querer, me había sorprendido escuchando lo que su madre le estaba contando a una niña:
 
– …la princesa del planeta Noalúa había perdido su sonrisa, no sabía dónde la había puesto, por eso estaba muy triste. Su padre, el rey, ya no sabía que hacer, así que decidió acudir al mago Moon para que le diera alguna solución. La solución fue rápida, decía que le ocurría a muchas princesas de esa galaxia, que no se preocupara. Lo que debía hacer era conseguir que alguien del planeta Tierra sonriera los viernes a una persona que no conociera, porque, de esa forma, se creaba un vínculo que permitía a cada princesa de cada planeta de la galaxia Sailoa, encontrar la sonrisa que había perdido, al permitir que se despertara el Hada de los Viernes, quien le ayudaría a buscar su sonrisa…-
 
Se me pasaron los nervios, daba un poco igual si llegaba más tarde al trabajo, ya vería qué excusa poner. Lo que tenía claro es que ese viernes empezaría a ayudar a las princesas de esa galaxia a encontrar su sonrisa. Al salir del autobús, sonreí a la pequeña.